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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Caucasia | Leiderman Ortiz, el periodista a quien muchos quieren matar

Su cruzada contra la corrupción y las ‘bacrim’, en Caucasia, le ha valido amenazas de muerte.

Los carteles de la mafia y la corrupción han sido investigados y denunciados por Ortiz. - Foto:  Salud Hernández-Mora / EL TIEMPO
Por: Salud Hernández-Mora

Caucasia. Pocos periodistas han esquivado a tantos matones. Hasta la fecha ha logrado salir indemne de dos atentados y tres planes de asesinato, pero sabe que sus enemigos no se rinden y volverán a intentarlo. Mientras siga vivo, representa una amenaza a los intereses de corruptos y bandas criminales.

“Han tenido siempre la sed de que me quiten el esquema de seguridad para que me maten”, afirma con una serenidad aderezada de resignación y cansancio. El evidente hartazgo de soportar un escudo de cuatro escoltas y el encierro en el diminuto búnker-oficina-casa donde transcurren la mayor parte de sus jornadas ha agrietado la esperanza de ser algún día un hombre libre, de caminar tranquilo por las calles de su natal Caucasia. Es consciente de que resultará imposible mientras siga atacando desde su periódico a grupos mafiosos y destapando robos al erario y las consiguientes relaciones non sanctas de la clase política local.

“Han contratado a Raimundo y todo el mundo para matarme y no han podido. Y ahora que yo mismo los agarro, me tienen más ganas, pero también mucho respeto”. Aunque transmite una firmeza inquebrantable, Leiderman Ortiz, de 43 años, no es Rambo. A veces lo embarga el miedo y le entran ganas de pasar página, cerrar 'La Verdad del Pueblo' y marchar lejos. Pero nadie le abre puertas fuera y tampoco es capaz de callarse. En cuanto huele corrupción, sale como un perro de presa a atrapar al ladrón con su pluma tajante. Y, por desgracia para él y sus paisanos, lo que existe a raudales en Caucasia y los demás municipios del bajo Cauca antioqueño es corrupción y poderosas bandas narcotraficantes.

En estos momentos impera el ‘clan del Golfo’, o ‘los Gaitanistas’, como se hacen llamar en la región; antes fueron las Auc, ‘los Rastrojos’, ‘las Águilas Negras’...

“El bajo Cauca es el epicentro del narcotráfico, tenemos un corredor espectacular para la coca”, comenta Leiderman. “Ahora los chichipatos de ‘Macaco’, de ‘Cuco’ Vanoy (ambos excabecillas paramilitares, presos en Estados Unidos) son los grandes jefes. Lo de la entrega de Otoniel Úsuga es una utopía de paz, porque se va uno y sale otro”.

Caucasia cuenta con una larga historia de violencia. Pese a su pujanza, a contar con una población emprendedora y trabajadora, siempre han estado sometidos al poder de las mafias. Ser parte de una ruta de drogas hacia la costa Caribe y estar en una de las zonas acuíferas más ricas del país tampoco ayuda. Son señuelos que atraen a los ilegales de todo pelaje.

Y Leiderman se enfrentó a la titánica labor de contribuir a limpiar el territorio y hacerlo algún día un lugar apacible. La realidad indica que aún está lejos de alcanzar su propósito, aunque ha despertado conciencias y puesto contra la pared a la clase dirigente y a los matones.

Ya ha superado los cuarenta números de 'La Verdad del Pueblo', que edita cada vez que puede con la sola ayuda de una diseñadora. En cuanto pisa la calle, se lo arrebatan de las manos a los vendedores. “No me han matado a ninguno”, asevera con cierta tranquilidad. Saca tiradas de mil o dos mil ejemplares, que podrían ser más si contara con la financiación suficiente. “En Piamonte (corregimiento) lo compran hasta los bandidos”, dice. “He sido la piedra en el zapato de los mandatarios porque son corruptos. A todos los que he señalado los han investigado. La corrupción es la criminalidad mayor, y la alimenta la falta de oportunidades”.

Los escasos ingresos que obtiene le alcanzan para pagar las facturas y poco más. Fue gracias a una recompensa de 30 millones por la captura de un delincuente que él ayudó a localizar como logró zafarse de algunas culebras. “Pude quitar la hipoteca de la casa de mi mamá”, rememora. La vivienda es contigua a su oficina y también es su hogar. “La salvé, y me quedó un poco para comprar un celular”.

Leiderman no exhibe un título universitario. Su falta de formación académica la suple con una honda vocación por el oficio de periodista combativo. Y siendo niño conoció el precio de cantar verdades. “Desde que estaba en el colegio me gustaba. Saqué un periódico, El Criticón, en el que di palo a un profesor y me costó perder el año”, rememora. “No he podido terminar una carrera, solo estudié dos semestres. No habrá sido perfecto lo que hago, pero, gracias a esa vocación, a ese entusiasmo, he demostrado que el periodismo no debe ser arrodillado, ni de estómago”, asevera. “Debemos trabajar en favor del pueblo, somos sus vigías, su escudo, la voz de los que no tienen voz. Tenemos que destapar mucha corrupción, muchas verdades que siguen ocultas”.
Hay gente que no se me arrima porque le doy miedo
Con orgullo, asegura que con su trabajo ha “salvado muchas vidas”, pero quisiera que la suya no estuviera en permanente riesgo. “No puedo negar que en ocasiones he pensado irme, nunca he descartado otros caminos. Pero no tengo a dónde llegar, quien me reciba. También me he planteado cambiar de oficio, pero nadie me acepta con este problema de seguridad, a la gente le da miedo. Y creo que me la pasaría muy frustrado enterándome de actos corruptos y no pudiendo denunciarlos”.

No culpa a sus convecinos por hacerle sentirse un paria al que nadie quiere acercarse. El atentado en que arrojaron granadas a su oficina y al patio de la casa, estando con su mamá y sus sobrinos, además de otro fallido, y de los planes abortados para matarlo, así como las permanentes amenazas, lo convierten en una peligrosa compañía.

“Hay gente que no se me arrima porque le doy miedo; llego a un establecimiento público y se paran. Yo lo acepto, lo entiendo”, comenta, pesaroso. “Hace poco le dispararon a un comerciante, quedó herido, y me llegó la información de que lo iban a matar por ser amigo mío”, cuenta. “Tengo que investigar eso porque de todo lo que me ha pasado, es la primera vez que escucho algo así, y me preocupa mucho porque nadie volvería ni siquiera a hablarme. Ese señor solo era un conocido, ni siquiera amigo”.

Repasando sus publicaciones, lo sorprendente es que aún siga vivo. Su lenguaje directo y las noticias que se atreve a publicar no son habituales en esa otra Colombia de institucionalidad precaria, controlada por las bandas criminales, que imponen la ley del silencio. En multitud de localidades de ese tipo, los periodistas optan por ignorar las noticias que pueden situarlos en el punto de mira de las ‘bacrim’ y los corruptos.

Bajo el título de ‘Cayó otra bandida de Caucasia’, Leiderman recuerda que la mujer objeto del artículo fue amante de dos criminales, ‘Diente de Palo’ y ‘Metralleta’. Del corregimiento Puerto Claver, de El Bagre, realiza una radiografía en la que no omite detalle del accionar de los grupos delincuenciales. “Lo más triste es que hacen lo que les da la gana con la comunidad; cuando algún cabecilla está de malos momentos, ordena que ninguna persona del comercio abra sus puertas y nadie pueda salir de sus casas; casi que los tienen secuestrados”, escribe.

“Bandas criminales extorsionan y manipulan el transporte formal y pirata en Caucasia”, reza uno de los apartes de un extenso informe que el periódico ha investigado y en donde no se salva nadie. Especifica nombres de los delincuentes que manejan el negocio, publica fotos de vehículos, acusa a la policía de cobrar de los piratas, denuncia minas de oro ilegales junto a instalaciones militares, deja en evidencia las mentiras de un alcalde con pruebas gráficas irrefutables. En otro texto desvela la estafa a setecientas personas de un candidato a la alcaldía; o descubre un contrato abusivo de iluminación.

“Los carteles de la mafia y la corrupción en la alcaldía de Caucasia”. “El Inpec de Caucasia, cada día más corrupto”. “El cartel de la corrupción y la permisividad de los órganos de control”. En uno más, señala: “Este medio de comunicación ha realizado varias denuncias por corrupción en la Fiscalía (...). Este medio, sin ninguna logística, sin herramientas, sin personal, logra hacer investigaciones rápidamente, consigue pruebas, identifica corruptos. Pero en la Fiscalía, que tiene personal experto, grupos de trabajo, la mejor tecnología, ¿por qué los procesos son lentos? (...). La corrupción cada día crece y amenaza a una población que tiene que callar porque si no, al otro día no amanece”.

Adereza sus denuncias con mensajes contundentes destinados a sus lectores: “¿Quién será más cobarde, el sicario que ataca por detrás o el ciudadano que no denuncia de frente?”. “El pueblo que elige corruptos no es víctima. ¡Es cómplice!”. “Atención, Atención, Atención (...). La Verdad del Pueblo está atento a recibir cualquier información de la comunidad sobre bienes inmuebles que estén a cargo de grupos subversivos o de delincuencia organizada. ¡Denuncie esos bienes! Fueron arrebatados por los delincuentes a personas de bien”.

"Hace años saqué la ‘mermelada’ de Musa Besaile por estos lados, y vea que ahora el país viene a descubrirlo"

Sobreviviente

Son variadas las razones por las que fracasaron las tentativas de asesinar a Leiderman. La de agosto del 2016 se debió a que pagaron una cifra muy baja al sicario y este, insatisfecho, prefirió incumplir el mandato. “Al parecer, el dinero ofrecido no era suficiente para los que venían a hacer la vuelta desde Medellín; fueron 90 millones de pesos que salieron desde la alcaldía de Caucasia y fueron repartidos en partes iguales entre tres personas bastante interesadas en el asesinato del periodista. Además, alias Tony debía poner 20 millones de pesos adicionales”, relataba 'La Verdad del Pueblo' sobre ese caso.

Uno de los argumentos que esgrime Leiderman para validar su trabajo es que nunca han podido desmontar sus denuncias; el tiempo, de manera inexorable, siempre le da la razón. 
“Hace años saqué la ‘mermelada’ de Musa Besaile por estos lados, y vea que ahora el país viene a descubrirlo”, indica. Pero teme que lo maten o que alguno de su familia, que siempre suplican porque abandone el trabajo, resulte afectado. Por eso, además de los cuatro guardaespaldas de la Unidad Nacional de Protección y la camioneta, ha blindado la ventana y la puerta de su diminuta oficina, que da a una de las calles principales de Caucasia.

“El mensaje que yo quiero hacer llegar es que los grandes héroes de la patria, políticos, militares, están en los cementerios, y yo quiero romper ese paradigma. Llevo ocho años denunciando corrupción y bandas criminales, y quiero ser un héroe contando verdades, pero un héroe vivo”.



[Con información del periódico El Tiempo]

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